lunes, 23 de agosto de 2010

Capítulo 4

El fugitivo

Estación Espacial 4, Colonias Espaciales de Andrómeda.

Lo primero que Gabriela notó fue que el hombre estaba sangrando, lo segundo fue que ella estaba sola en el parque, se asustó, miro hacia los lados y de verdad no parecía haber nadie en un buen radio de distancia. Había estado paseando sólo para distraerse un poco, relajarse, y sin querer había ido a parar hasta allí, luego observó que había alguien que parecía dormir en un banco, estaba sucio, parecía que se había revolcado en la basura, al acercarse y pasar a su lado lo notó: el hombre estaba herido.

Gabriela se acercó rápidamente hacia él, intentó despertarlo, pero parecía inconsciente, no reaccionaba al moverlo, pero al menos respiraba, tenía un gran golpe en la cabeza y una herida en un costado bastante fea, pero que parecía que el hombre mismo la había tratado previamente, o al menos eso había intentado. Hizo lo único que podía hacer, ir a buscar agua y pensar en la forma de llevarlo a casa o a algún hospital. Vivía por aquel entonces con Evelin, una de sus amigas, entre las dos se las apañaban para correr con los gastos del apartamento en donde vivían, la vivienda es un asunto muy serio en las colonias espaciales, aunque de vez en cuando Gaby recibía ayuda de su familia para mantenerse allí.

No vivía cerca del parque, y tardó un poco en conseguir agua pero cuando volvió el hombre aún seguía allí, como se imaginaba, se alegró de que aún respirara, buscó entre sus cosas su teléfono, para tratar de contactar con el hospital, ya lo había conseguido y estaba apunto de realizar la llamada cuando sintió que alguien sujetaba el brazo con que sostenía el teléfono, levantó la mirada y se asustó al ver al hombre incorporado en la silla, apretaba fuertemente su brazo, le miraba fijamente y con una expresión siniestra en el rostro, Gabriela se asustó esta vez más, maldijo su tino de no haber llamado antes.

—¡No lo hagas! —Dijo con voz seca, visto su rostro de cerca se notaba que era muy joven, los cabellos desordenados estaban pegados con lo que parecía ser sangre, su propia sangre que había manado de la herida en la cabeza.— ¡No llames!... por favor.

—¡Suéltame! —Fue lo único que atinó a decir Gabriela, intentando zafarse aún del fuerte apretón.

—No te haré daño… —Dijo el joven, Gabriela notó que las manos le temblaban, pero aún así no la soltaba.— No grites, y por favor, no llames a ningún lado… ni hospitales, ni policías… por favor…

Ambos se miraban largamente, meditando cada uno en lo que tendría en mente el otro. Gabriela examinó su rostro, los ojos rojos, la cara manchada de sangre a un lado, los cabellos desordenados, el extraño atuendo que llevaba, sucio y raído.

—¿Me soltarás si no lo hago? —Preguntó, con un tono de voz un poco más seguro. El joven asintió con la cabeza.— Esta bien, no lo haré, no te preocupes, pero… suéltame.

En poco tiempo Gabriela se encontró con su mano libre de nuevo, tomó una distancia prudente y se quedó mirando al joven.

—Supongo que te debo una disculpa. —Dijo el muchacho.— No debí reaccionar así, quizás sólo querías ayudar.

—¡En efecto eso iba a hacer! —Respondió Gabriela, comenzaba a sentirse indignada, pero siguió manteniendo la distancia prudente, sopesando que le daba oportunidad de correr un buen tramo hasta que se topara con alguien más.

—No pueden localizarme, no deben hacerlo. —Dijo el muchacho, se veía preocupado, en ese momento examinaba la herida de su cabeza con la mano, palpándola con los dedos.— Ahora recuerdo esto, y vaya que dolió.

—¿Por qué estás aquí? —Le dijo Gabriela, aún un poco desconcertada.— Tenías que haber ido a un hospital. ¿La herida del costado la trataste tu mismo?

—Sí, yo mismo. —Respondió el muchacho.— No entiendes, no puedo ir a un hospital, me encontrarán, sabrán que estoy allí y me matarán.

Gabriela comenzaba a asustarse, ya de por si la violencia no era una situación muy común en las colonias espaciales, no en las que estaban flotando en las grandes órbitas espaciales, quizás en las colonias situadas en los satélites o en los planetas lo fueran, pero no allí, mucho menos allí en la colonia de Andrómeda, que tenía fama de ser una de las más pacíficas de todo el sistema.

Gabriela huyó, salió corriendo. El joven no se esperaba menos. Se puso en pié y siguió su camino, le dolía terriblemente la herida del costado, pero sólo una cosa le preocupaba terriblemente: cómo salir de la colonia de Andrómeda.